PONCIO PILATOS es fundamental
en la tradición Occidental, un actor crucial en la muerte de Jesús. Pero los
historiadores disponen de pocos datos confirmados sobre el hombre que se lavó
las manos. La única prueba arqueológica de la existencia del procurador es una
inscripción descubierta en los años sesenta en la ciudad romana de Cesárea
Marítima, actualmente Israel. El resto es leyenda, relatos contradictorios que
se mueven en el resbaladizo terreno de la historia y la fe.
Sin embargo, sus gestos, sus palabras, sus
actuaciones están ancladas en nuestra forma de ver el acontecimiento sin el que
no se puede entender nuestra historia. Pilatos se ha convertido en el arquetipo
de la duda política, el hombre que, más por omisión que por acción, toma una
decisión trascendental y equivocada, el dirigente que se esconde de sus
responsabilidades. Como la mayoría de los hechos que rodean la muerte de
Cristo, la tradición pesa mucho más que la historia, porque apenas existen
fuentes, fuera de los Evangelios, que corroboren el relato, ni tampoco
documentos de la época romana.
PILATOS ERA PROCURADOR DE JUDEA, un detalle
importante que implica que tenía un rango militar, que su responsabilidad iba
más allá de la recaudación de impuestos.
“Hasta entonces no se había encontrado
ninguna evidencia arqueológica de que PONCIO PILATOS, hubiese existido",
escribió la autora de no ficción ANN WROE, cuyo estudio sobre el administrador
romano se titula Pilate: the biography of an invented man (Pilatos, la
biografía de un hombre inventado). “Teníamos varios relatos sobre él,
naturalmente, y no solo los que aparecen en los Evangelios. Pero todos los
archivos de su administración han desaparecido: no queda ningún papiro, ninguna
tablilla, ninguna carta de Roma”, prosigue esta ensayista.
El de WROE es uno de los trabajos
importantes sobre Pilatos que se han publicado en los últimos años (aunque
todavía no han sido editados en castellano), junto al ensayo del italiano ALDO
SCHIAVONE titulado Poncio Pilatos, y la novela de investigación The Further
Adventures of Pontius Pilate, de Kevin Butcher, profesor de la Universidad de
Warwick.
Preguntado sobre lo que sabemos acerca de
Pilatos, el profesor Butcher responde por correo electrónico: “Tenemos muy
pocos datos. Existen tres fuentes textuales principales: Flavio Josefo, Filón
de Alejandría y los Evangelios. Las tres manejaban sus propias ‘agendas’. Filón
y Josefo son hostiles a él, aunque Josefo un poco menos. Pero los dos quieren
demostrar la incompetencia y brutalidad del gobierno romano de Judea. Los
evangelios, en cambio, enfatizan la ‘inocencia’ de Jesús porque Pilatos nunca
llega a decir que es culpable. El problema es que, si juntamos las tres
fuentes, no aparece un personaje muy coherente: nos encontramos con alguien
leal al emperador, que trabajaba con los líderes judíos pero que estaba
preparado para utilizar la fuerza cuando fuese necesario. No mucho más”.
“Pilatos nunca había necesitado
anteriormente lavar sus manos antes de dejar que corriese la sangre. El relato
tradicional no parecer ser cierto”, según indica el historiador Sebag
Montefiore
También es citado por el historiador romano
TÁCITO, en uno de sus pasajes más célebres: “Cristo, de quien toman el nombre,
sufrió la pena capital durante el principado de Tiberio de la mano de uno de
nuestro procurador, Poncio Pilatos” (traducción de Crescente López). Por otro
lado, algunos historiadores han puesto en duda la autenticidad del testimonium
Flavianum de Flavio Josefo, el pasaje de su libro Antigüedades judías donde
habla de un hombre extraordinario al que sus partidarios llamaban Cristo que
fue acusado ante Pilatos. Se trataría, según esta hipótesis, de fragmentos
añadidos posteriormente por algún monje medieval. Sobre su final, no tenemos
ninguna información contrastada. Es llamado a Roma por Tiberio en el año 36,
pero llega cuando el emperador ha muerto y su rastro se pierde bajo Calígula.
NO TODOS LOS EVANGELIOS ofrecen el mismo
relato del papel de Pilatos en la condena a muerte de Jesús –por ejemplo, el
acto de lavarse las manos aparece solo en Mateo–, pero tiene un punto crucial
en común: el no quiere decidir la suerte del reo. Primero se lo envía al rey
Herodes (episodio que solo relata Lucas) y luego deja que sea el pueblo quien
decida si libera a ese hombre –contra el que Roma no tiene ninguna acusación– o
a Barrabás.
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Una de las pocas cosas en las que todas las
fuentes están de acuerdo es que SOLDADOS ROMANOS MATARON A JESÚS con un castigo
romano –la crucifixión– y, por lo tanto, el responsable último tenía que ser el
procurador, Poncio Pilatos. La famosa frase de Mateo 27:24 sería una invención
o, por lo menos, no existe ninguna otra fuente que la corrobore, ni ningún otro
caso similar documentado en la antigüedad romana del uso de este símbolo al
final de un proceso: “Y viendo Pilatos que no conseguía nada, sino que más bien
se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la
multitud, diciendo: ‘Soy inocente de la sangre de este justo”.
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La imagen del político vacilante es la que
ha prevalecido, es el personaje que se ha instalado en el imaginario
occidental. Sin embargo, como escribe Simon Sebag Montefiore en el capítulo que
dedica a la pasión de Cristo en su ensayo Jerusalen, “el violento y obstinado
Pilatos nunca había necesitado anteriormente lavar sus manos antes de dejar que
corriese la sangre. El relato tradicional de la sentencia en los Evangelios no
parece ser cierto”.
“LAVARSE LAS MANOS después de una condena
no era una práctica habitual en un juicio romano”, explica el profesor Butcher.
“No quiero decir que nunca ocurriese, pero la idea detrás de ello es que
Pilatos reconoce que Jesús está siendo condenado de forma injusta y el agua
limpia su culpa. Todo indica que forma parte de la tradición que pretendía
culpar a los judíos de la crucifixión antes que a los romanos”. La acusación
contra los judíos, que ha propiciado siglos de antisemitismo, tenía un
propósito claro: los Evangelios fueron escritos después del año 70, cuando el cristianismo
tenía como objetivo crecer en Roma, y acusar a un gobernador romano, al
representante del emperador, del mayor crimen posible, el asesinato del hijo de
Dios.
En el EVANGELIO DE PEDRO, un texto apócrifo
del siglo II –más tardío que los Evangelios canónicos– del que solo se conserva
un fragmento, los soldados romanos ni siquiera participan en las torturas a
Jesús. De nuevo, el mito, la agenda política se impone sobre la certeza
documental que se limita a una mínima inscripción en una piedra caliza. Pero el
poder del símbolo es mucho más fuerte que cualquier evidencia. Pilatos nunca
podrá dejar de ser el que se lavó las manos.
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