La mujer
romana, aunque nacida libre, carecía del pleno derecho reservado a quien
tuviera la condición de ciudadanía. Esto quiere decir que, a efectos de la ley,
no podía disfrutar de muchos privilegios reservados para los hombres, como
podía ser votar, participar en política o formar parte de los procesos
judiciales. Además, estuvo siempre sometida a una tutela continua, ya fuera
ésta a través de un hombre o de la ley.
A medida que evolucionaba la sociedad, las excepciones a las normas que dictaban la vida de la mujer se volvían más frecuentes y, como ejemplo de ello, se veía a cada vez más romanas ejerciendo tareas antigua y tradicionalmente reservadas a hombres.
De hecho, la mujer romana a lo largo de su Historia era capaz
de hacer más de lo que popularmente se creería de ellas. La mujer romana, por
ejemplo, trabajaba en multitud de oficios, podía ganar su libertad si estaba
privada de ella, disfrutaba de los espectáculos y, si su familia podía
permitírselo, de niña tenía acceso a una educación que sería muy valorada en su
futuro como adulta.
Nos gusta investigar sobre la mujer romana porque descubrimos
que, pese a que nunca gozaron de una libertad plena en comparación con el
hombre, pudieron hacer mucho más de lo que creíamos inicialmente.
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