"Adorado por sus amigos, admirado por los buenos, y no odiado por
nadie, ni siquiera por sus enemigos, pues era un hombre de carácter benigno,
magnánimo, ajeno a la ira, a la lujuria y a la ambición, y de ánimo firme e
inflexible en lo honesto y en lo justo". Tal era la imagen de Marco Bruto
ante sus contemporáneos, según recoge Plutarco en su biografía; un ejemplo del
romano íntegro y patriota. Pero este mismo hombre fue el instigador, y uno de
los ejecutores, de uno de los asesinatos políticos más célebres de la historia:
el de Julio César.
Marco Junio Bruto nació hacia el año 85 a.C., en el seno de una ilustre
familia romana. Todos los romanos recordaban a uno de sus antepasados, Lucio Junio
Bruto, que en torno al año 509 a.C. acabó con el último rey de Roma, Tarquinio
el Soberbio, dando así paso a la República. Su padre participó de lleno en las
luchas civiles de la fase final de la República romana y pagó un alto precio
por ello, pues en el año 77 a.C., cuando el joven Marco tenía apenas ocho años,
fue ejecutado por Pompeyo tras ser capturado en Módena. Su madre fue Servilia
Cepiona, mujer dominante a la vez que inteligente y rica, una de esas audaces
romanas que participaron activamente en la vida política y social de finales de
la República.
Servilia era hermana de Servilio Cepión, de quien Bruto se convertiría en
hijo adoptivo, y medio hermana de otro personaje insigne, Catón el joven, que
le serviría de mentor. Pero el parentesco más discutido de Bruto fue el que se
le atribuyó con el mismo Julio César. En efecto, su madre Servilia contrajo un
segundo matrimonio con Junio Silano, durante el cual mantuvo una relación
adúltera con Julio César. Los historiadores antiguos supusieron que César fue
el verdadero padre de Bruto y que por ello el dictador mostró siempre una
especial consideración a quien creía su hijo. Sin embargo, esto resulta
prácticamente imposible, pues cuando Bruto nació César tenía tan sólo catorce o
quince años y su relación con Servilia fue bastante posterior
Desde su adolescencia, Bruto emprendió la carrera de honores habitual de
los aristócratas romanos. Tras ingresar muy pronto en el Senado, sirvió en el
ejército, primero en Chipre, bajo el mando de su tío Catón, y luego en Cilicia.
Su matrimonio con una joven de la familia Claudia, Claudia Pulcra, lo alineó
con la facción más conservadora del Senado, opuesta a los ambiciosos políticos
que trataban de conquistar el poder, como Pompeyo y César.
En esta época, Bruto se había convertido ya en un hombre muy rico debido
no sólo a su patrimonio familiar y al de su padre adoptivo, sino también a sus
negocios privados, incluido el de prestamista a alto interés, y a lo que pudo
requisar del patrimonio público durante su estancia en Chipre. Eso no le
impidió cultivar sus intereses intelectuales, en particular la filosofía y la
historia. Durante las campañas militares empleaba las horas libres en leer y
escribir. Plutarco cuenta que en vísperas de una batalla, un día de gran calor,
sin esperar a que llegaran los soldados con la tienda, comió un bocado "y
mientras los demás dormían o pensaban en lo que ocurriría al día siguiente, él
pasó toda la tarde escribiendo, ocupado en elaborar un compendio del
historiador Polibio".
En el año 50 a.C., los senadores se enfrentaron a un dilema dramático:
debían optar entre defender la causa de la República bajo un líder
desacreditado, Pompeyo, o sumarse al golpe de Estado del mejor general romano
del momento, Julio César.
Bruto odiaba a Pompeyo por haber ordenado la muerte de su padre y su
abuelo, que habían prestado su apoyo a la revuelta del ex cónsul Lépido tras la
muerte del dictador Sila; Plutarco recuerda que Bruto, "cuando se
encontraba con Pompeyo ni siquiera le saludaba". Pero también tenía
motivos para odiar a César, por la relación de éste con su madre (y, según
algunos, también con su hermanastra Junia). Finalmente, como republicano de
corazón que era, optó por Pompeyo por considerar que su causa era más justa que
la de César y marchó a alistarse en su ejército.
La participación de Bruto en la guerra civil entre Pompeyo y César no fue
muy destacada. Tras pasar algún tiempo acantonado en Sicilia, viendo que allí
había poco que hacer, viajó por sus propios medios a Macedonia justo a tiempo para
participar en la batalla final entre Pompeyo y César, en Farsalia, en el año 48
a.C. Según Plutarco, Pompeyo se maravilló de verle llegar a su tienda, y
venciendo el desdén que sentía por su antiguo adversario "se levantó de su
asiento y le abrazó como a persona muy distinguida y aventajada". En
cuanto a César, ordenó a sus oficiales que respetaran la vida de Bruto; en caso
de que se resistiera a ser capturado deberían dejarlo marchar. Sin duda pensaba
en complacer así a su amante Servilia.
Tras su victoria en Farsalia, César perdonó la vida a Bruto, no se sabe si
porque éste le escribió pidiéndole perdón o a ruegos de Servilia. En todo caso,
Bruto se pasó decididamente al bando del vencedor. No tuvo reparo en descubrir
que Pompeyo se había fugado a Egipto, donde el líder derrotado encontraría la
muerte. En una de sus típicas muestras de clemencia calculada, César recompensó
sus servicios concediéndole el cargo de gobernador de la Galia Cisalpina.
Al año siguiente, cuando llegó el momento de decidir quién sería el
próximo pretor urbano (la máxima autoridad judicial en Roma), César descartó al
candidato que parecía más adecuado, Casio, y se inclinó por Bruto; otra muestra
de favoritismo que alentó las sospechas sobre la paternidad secreta del dictador.
Bruto, sin embargo, no se sentía cómodo en su nueva situación, y fue así
como en el año 45 a.C. decidió divorciarse de su mujer –en contra de la
voluntad de su madre y provocando un gran escándalo en Roma– para casarse con
Porcia, la hija de Catón el joven, el archienemigo de César, que acababa de
suicidarse en Útica cuando se hallaba acorralado por las fuerzas del dictador.
Sin duda, su nuevo matrimonio significaba una clara toma de partido por parte
de Bruto.
Algunos advirtieron a César de que su favorito se estaba volviendo en su
contra, pero el dictador desechó las acusaciones y, tocándose el cuerpo con una
mano, les decía: "Pues qué, ¿os parece que Bruto no ha de esperar el fin
de esta carne?". Con esta frase quería decir que Bruto tenía en su mano
convertirse en su sucesor natural en la más alta magistratura romana.
Pero Bruto empezó a escuchar los argumentos de Casio, que lo instaba a
sublevarse contra el hombre que había acaparado todo el poder y actuaba como un
tirano, pisoteando la libertad y dignidad de los auténticos romanos. Otros
amigos le mostraban las estatuas de su antepasado Bruto, el que derrocó a
Tarquinio, y le dejaban mensajes al pie de su tribunal de pretor que decían:
"Bruto, ¿duermes?" y "En verdad que tú no eres Bruto".
Finalmente, Bruto se implicó en la conspiración para matar a Julio César.
Durante los preparativos de la acción, por la noche no podía ocultar a su
esposa la agitación que lo embargaba, hasta que ésta le arrancó el secreto
después de hacerse un profundo corte en el muslo para demostrarle su
determinación. Fijado el día para el atentado, Bruto no faltó a la cita y fue
uno más de los que clavaron su daga en el cuerpo de César hasta acabar con su
vida
Tras el magnicidio, Bruto y sus compañeros marcharon al Capitolio
"con las manos ensangrentadas y, mostrando los puñales desnudos, llamaban
a los ciudadanos a la libertad". Pero el pueblo romano, hábilmente
manejado por Marco Antonio, reprobó la acción. Bruto marchó a Asia con una
misión oficial, y de allí pasó a Creta y luego a Grecia.
A diferencia de Cicerón rechazó llegar a un acuerdo con Marco Antonio y
Octavio, el futuro Augusto, pues "tenía firmemente resuelto no ser esclavo
y miraba con horror una paz ignominiosa e indigna". De modo que en 43 a.C.
organizó en Oriente, junto a Casio, un ejército para defender la causa de la
República frente a Antonio y Octavio.
El choque definitivo tuvo lugar en las llanuras de Filipos, en el año 42
a.C. En realidad se libraron dos batallas. En la primera, Bruto derrotó a las
fuerzas de Octavio, pero Casio fue vencido por Antonio y se quitó la vida. Tres
semanas después, fue Bruto el derrotado. En un paraje retirado, desesperado ya
de la vida y entre confusas parrafadas filosóficas, Bruto se suicidó
arrojándose contra una espada sostenida con firmeza por su buen amigo y
compañero en sus estudios de retórica, el griego Estratón.
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